viernes, 26 de febrero de 2010

Aquel día

Recuerdo aquella gran experiencia en mi vida, yo la viví y no querría que mis progenitores hagan esta experiencia, que es un diploma de mi vida de soldado.

Al medio día, el 12 de enero de 2010, abandoné mi pueblo que se llama Belladére, para irme a Puerto Príncipe al fin de legalizar una record de notas. Llegué a las 4 y pico, me hospede en Delmas 18, donde vive mi padre y algunos de mis hermanos. Mi hermana mayor me sirvió un plato de arroz con pica pica, lo comí muy rápido no se por qué, pues, yo acostumbro a comer lentamente. Fue una señal.

Terminé de comer, me pare de la silla para irme a fuera de la casa, cuando hice el primer paso, mi padre me agarró por la mano para impedirme la salida al mismo tiempo que la tierra se ponía a temblar muy fuerte, duró varios segundos; todos gritaban: ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! Me quedé diferente, porque pensé, que era demasiado tarde de llamar Jesús. Para mí, era el cumplimiento de la revelación de la Biblia y mi corazón dijo:” Dios perdóname mis pecados, si estoy aquí para morir estoy de acuerdo, pero si para sobrevivir estoy listo”. Al final de mi meditación de resignación, el terremoto se acabó. En la casa, los muebles, la televisión, la radio, la nevera y todos se cayeron; y salimos huyendo. ¡Estamos vivos toditos!

Me fui a buscar un refugio cercano, sobre mi camino vi, casas hundidas, perros muertos, personas heridas y otras fallecidas. Pero ningunos arboles, de los más pequeños hasta los más grandes se afectaron.

Me quedé en un refugio en la calle, cerca de una iglesia que tenia algunas fisuras, donde sentaban niños, jóvenes y viejos que lloraban, oraban con mucha fe. Los verdaderos y los falsos cristianos, los ateos, los brujos unificaban para ser hijos Dios.

A cada rato, un sacudimiento se hacia sentir, un temor nos perseguía. Todos tenían miedo de morir, pero yo estaba listo para morir, también para sobrevivir.

En el piso de aquella calle de Delmas 18, pasé dos días sin dormirme. Cada noche cuando el sueño quiso llevarme, los sacudimientos me despertaron.

Al fin y al cabo, sobre el tercer día, mi madre vino a buscarme. Cuando ella me vio, se puso a llorar y me abrazaba .no quise llorar por ser soldado, pero por mi madre, yo lloraba. Porque el llanto de una madre es contagioso.

Luego nos fuimos a nuestro pueblo Belladére, sobre el camino los olores me decían cuantos murieron…

Jean-Baptiste Marckenson

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